Las tendencias actuales indican que en la mente de los consumidores cada vez se implanta con mayor convicción que los alimentos frescos son más sanos que los que puedan comprar procesados. Pero, ¿es suficiente con un producto que no haya pasado por un proceso de elaboración? Como es de esperar la respuesta es, rotundamente no.
Debemos tener en cuenta que los alimentos naturales tienen una determinada época para ser consumidos aunque estemos acostumbrados a verlos durante todo el año. Ahí se encuentra la diferencia entre producto fresco y “producto fresco perfecto”. Nos referimos a producto fresco cuando nombramos cualquier alimento que no ha sido sometido a ningún tipo de manipulación a la hora de ser presentado ante el cliente, por ejemplo las cerezas que venden en cualquier supermercado en invierno. El producto fresco perfecto va más allá, se trata de aquel producto que no es sometido a transformación alguna para ser consumido y que además es de temporada; en este caso las cerezas que encontramos en los mismos supermercados durante la temporada primavera-verano. Puede que en principio no se le dé importancia a esta matización pero se debe tomar conciencia de que es muy importante.
A lo largo de la historia, antes de que la ciencia permitiera colocar sobre la mesa cualquier fruto independientemente de la estación que fuera, los consumidores se deleitaban con productos que ansiaban comer desde que se anunciaba su temporada con timidez. Cosa muy normal por otra parte y positiva para la venta de estos productos frescos. Ahora para saciar la incansable sed de complacencia hacia los actuales consumidores se han ido perfeccionando técnicas de cultivo para que la producción aguante todo el año. ¿Realmente mantienen estos nuevos frutos las características de sabor, textura, olor…? Por supuesto que no, son los mártires que se sacrifican en pro de una perdurabilidad mayor del género.
Entonces queda patente que los productos frescos que no son de temporada, aunque más sanos que los procesados, palian solamente el deseo del consumidor de “saborear” un alimento fuera de temporada en el momento que a él se le antoje. ¿De verdad merece la pena renunciar al sabor de un “producto fresco perfecto” por el capricho de la mente?